martes, 10 de mayo de 2011

Relato: el abuelo Antonio

  Espero que os guste:

  Todas las mañanas, a eso de las nueve, el abuelo Antonio se sienta en uno de los bancos de piedra del parque que hay enfrente de su casa. El abuelo Antonio tiene el pelo blanco, con barba y cejas blancas y unos ojos de color avellana muy penetrantes y agudos, a pesar de su edad y de su cara surcada de arrugas. Gusta llevar ropas grandes, sueltas, casi siempre de color gris o color crema claro. Hoy lleva una camisola grande que le sale del pantalón y le cuelga por fuera y unos pantalones crema. Unos zapatos negros y un gabán gris claro completan el cuadro.


  Hoy era uno de esos días en que se bajó comida para las palomas, a las que daba de comer muy de vez en cuando. Ensimismado por su tarea de compartir sus migajas de pan duro con las aves, no reparó en que alguien se sentaba a su lado. Otro abuelo se sentó en el banco con el firme objetivo de alimentar también a los hambrientos animales.

  Cuando el abuelo Antonio se percató de ello, se puso en guardia y miró al recién llegado. Vestía un pantalón con peto azul y una camisa roja, además de una estrafalaria gorra roja y una capa de color negro. Unos zapatos marrones y unos guantes blancos acababan la vestimenta. Su cara era redonda, con un bigote blanco que antaño había sido negro y una cara surcada de arrugas. Antonio volvió a mirarle de arriba abajo y le preguntó al recién llegado:

— ¿Y tú quién eres? Este es mi banco donde doy de comer yo a las palomas.

— Bueno, el banco es público y los animales parecen realmente hambrientos —contestó el interpelado—, así que yo también les he traído comida.

— De eso nada, sólo yo puedo darles de comer. Además, yo he bajado antes —interpeló Antonio.

— Pues entonces, dilucidemos esto como antaño, con un duelo, como en los viejos tiempos —le propuso el recién llegado.

— De acuerdo.

  Llegados a este punto, el abuelo Antonio cogió su bastón y lo puso en posición de “en guardia” ante él. El otro abuelo cogió un pequeño bastón que tenía apoyado en el banco e hizo el mismo ademán.

— Ja, ja —rió Antonio—, no podrás contra mí con esa miniatura. La mía es más grande que la tuya —afirmó, refiriéndose a su garrota.

— Bueno, eso habrá que verlo —respondió el recién llegado con humor, apretando un pequeño botoncito oculto y haciendo que su garrota se expandiera como por arte de magia, haciéndose, al menos, tan grande como la de su compañero de tángana.

En garde —dijo Antonio.

En garde.

  El abuelo Antonio arremetió contra el recién llegado con su cayado, arremetida que éste paró perfectamente, contraatacando con un golpe bajo, que el abuelo Antonio paró, haciendo gala de una agilidad poco propia de su edad.

  La gente que pasaba por allí dejó sus quehaceres diarios y se centró en el curioso duelo de esgrima que estaba teniendo lugar en medio del parque y se decantaban ora por uno, ora por otro de los combatientes, que paraban y tiraban estocadas sin parecer perder el aliento.

  Al cabo de un rato, cuando se empezaron a cansar y resoplar más de lo debido, pararon el duelo, sudorosos y —tras darse cuenta de toda la gente arremolinada a su alrededor— avergonzados. Se sentaron en el parque y esperaron a que se fuese todo el gentío. Una vez que todos se habían ido, se miraron y estallaron en carcajadas.

— Si pudieras verte la cara tan roja que tienes… —le dijo Antonio al recién llegado.

— Pues anda que tú —le contestó éste.

— Un gran placer pelear contigo. Creo que te has merecido de sobra estar en este banco y alimentar a las palomas conmigo —reconoció Antonio—. Por cierto, ¿cómo te llamas? Aún no nos hemos presentado. Me llamo Antonio, ¿y tú?

  El otro anciano se levantó del banco, recogió su garrota, se alejó unos pasos y se dio la vuelta abruptamente. Le miró con sus ojos azules y le dijo:

— Mario, me llamo Mario. Ya nos volveremos a ver.

  Le guiñó un ojo y se fue alejando lentamente, mientras el abuelo Antonio decía por lo bajo:

— Wario, viejo amigo, creo que volvemos a entrar en acción.

  Y, mirándolo alejarse hacia el otro lado del parque, llamó a varios contactos en su móvil para quedar al día siguiente. No quería perder esta oportunidad que hacía años que no tenía.

  Al día siguiente, en el parque, el abuelo Mario acudió a su cita con las palomas y el abuelo “Antonio” también. Allí “Antonio” le propuso al otro abuelo que fueran a la pista de karts, donde había varios viejillos más tomando el sol. Cuando vieron aparecer a los recién llegados, se acercaron a saludarlos. El abuelo Mario se enterneció profundamente cuando vio a todos aquellos conocidos y empezó a saludarlos: Peach, Kinopio, Bowser, su hermano Luigi, Yoshi, Waluigi… entonces, el abuelo “Antonio” tenía que ser…

— ¡Wario! —dijo lleno de alegría al reconocerlo.

  Les abrazó a todos repetidamente, se dieron besos y se pusieron al corriente de todo lo que les había pasado en los últimos años: unos eran abuelos, otros bisabuelos, otros seguían solteros y, al final, tras un reencuentro tan emotivo, todos se subieron a los karts y echaron unas cuantas carreras por los viejos tiempos, hasta la puesta de sol, cuando tuvieron que volver a sus casas con la promesa de reencontrarse tan pronto como pudieran.



  Y llamaron a ese día el día de “Mario Kart 3064”.

 
 
  Inventado, redactado y corregido hoy mismo por Mutenpepo, 2011. Dedicado a todos los frikis en general y a los amantes de Mario y los videojuegos en particular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario