martes, 1 de septiembre de 2009

Los gatos en la antiguedad (II): Egipto

Nota: este articulo ha sido recogido de una emisión del programa radiofónico "El abrazo del oso", emitido el día 17/06/2009 y cuento con el permiso de su autor para reproducirlo aquí tal cual.

Según nos dice la Real Academia de la Lengua, la definición de “gato” es la siguiente:
Gato: (Del lat. cattus).
m. Mamífero carnívoro de la familia de los Félidos, digitígrado, doméstico, de unos cinco decímetros de largo desde la cabeza hasta el arranque de la cola, que por sí sola mide dos decímetros aproximadamente. Tiene cabeza redonda, lengua muy áspera, patas cortas y pelaje espeso, suave, de color blanco, gris, pardo, rojizo o negro. Es muy útil en las casas como cazador de ratones.


Todo el mundo sabe qué es un gato, y, de hecho, algunos los tenemos en casa como mascotas. La verdad es que cuesta hacerse a la idea de que un animal tan bonito y cariñoso sea una perfecta máquina de matar; sin embargo, no somos ni los primeros, ni los únicos en adoptar gatos como mascotas. Hoy no voy a hablar de los gatos en general, sino de un episodio histórico anecdótico y curioso: los gatos en el Antiguo Egipto.

Hay evidencias arqueológicas e históricas que apuntan a que fue en el Antiguo Egipto, donde surgió el gato doméstico por primera vez, y éste es descendiente del Felis Lybica, una especie de gato salvaje africano. La razón es muy simple: cuando Egipto empezó a crecer, y por lo tanto se dedicó a construir, las ratas se transformaron en un problema. De ahí que los gatos, como cazadores naturales de roedores, se transformaron en aliados útiles, y de ahí, en verdaderos animales semidivinos.

Durante la Edad Media nace la falsa creencia de considerar al gato negro como de mal agüero, por asociarlos con las brujas; esto dio lugar a que los fanáticos sacrificaran a miles de estos animales. El aniquilamiento fue tal que, cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadoras de la enfermedad. De hecho, y según los últimos estudios realizados, la plaga fue tan devastadora, debido, precisamente, al exterminio de los gatos. La Iglesia alentó de tal forma la persecución de los animales, que llegó a convertirse en espectáculo la quema de estas pobres criaturas en las hogueras de la noche de San Juan. En el siglo XIV, el Papa Clemente decidió acabar con la Orden de los Caballeros Templarios, acusándoles de homosexualidad y de adorar al demonio en forma de gato.

En el año 1400, la especie estuvo a punto de extinguirse en Europa, pero su existencia se reivindica a partir del siglo XVII, debido a su habilidad para la caza de ratas, causantes de tan temibles y desoladoras plagas. A partir del siglo XVIII el gato vuelve a conquistar parte de su antiguo prestigio, y no sólo se utiliza como cazador de roedores e insectos, sino que su belleza lo hace protagonista de cuadros, y de motivos escultóricos.

Volviendo a Egipto, hay restos de un culto religioso a la diosa gata del Antiguo Egipto, Bastet o Bast, ya en las primeras dinastías, pero no será hasta el Imperio Medio (2060-1786) cuando se generalice su representación en las tumbas, y esta situación durará hasta finales del siglo IV d.C. Estas primeras representaciones en el Imperio Medio coinciden con la aparición de las primeras momias de este animal.

La popularidad del gato entre los egipcios se debía principalmente a su eficacia para librar las casas y graneros de roedores y serpientes. Más adelante se usó al gato como auxiliar en las actividades de caza, sobre todo de aves, sustituyendo al perro. Esta es una de las capacidades que más llama la atención de los gatos egipcios y existen varias pinturas murales en tumbas donde se puede observar al dueño practicando la cacería. La función del gato es recoger las piezas abatidas y depositarlas en la barca. Este gato amaestrado, que aparece representado sobre todo en el Imperio Nuevo, llama precisamente la atención porque no sabemos cómo los adiestraban los egipcios para esa función.

Los egipcios no tenían un nombre definido para los gatos, y los llamaban por su onomatopeya: miu.

Los gatos tenían un estatus social reconocido en Egipto y la prueba nos la aporta Herodoto (484-424 a.C.), historiador griego, conocido como el padre de la historia, que viajó por Egipto hacia el año 450 a.C. En su obra “Historias”, en el segundo libro, de nombre Euterpe -musa de la música-, nos narra con detalles las costumbres del pueblo egipcio, y entre éstas, el culto que se rendía a los animales. El historiador nos cuenta en su libro que "...la gente de las ciudades ofrece sacrificios de esta manera: adoran al dios al cual está consagrado el animal, cortan al rape el pelo de los niños, o solamente la mitad o incluso la tercera parte, y el peso en plata del pelo cortado se entrega a la servidumbre del animal en cuestión. Con este dinero se compra el pescado con que se nutre a los animales sagrados”.

"Si alguien mata voluntariamente a uno de estos animales es condenado a muerte y si lo hace involuntariamente, paga una multa que fijan en cada caso los sacerdotes.” Así pues, siempre según Herodoto, era peor matar a un gato que a un hombre. Si se mataba a un hombre, siempre cabía la posibilidad de un indulto, pero si el muerto era un gato, ni el propio faraón tenía poder para ello, y la condena era a muerte. Es más: si un egipcio descubría un gato fuera de las fronteras egipcias, era su deber y obligación llevarlo a tierra egipcia, sano y salvo.

En caso de un incendio, se salvaba primero al gato. Herodoto cuenta, a raíz de esto que "cuando se declara un incendio, es sorprendente lo que sucede con los gatos. La gente se mantiene a cierta distancia cuidando a los gatos y sin preocuparse lo más mínimo de apagar el fuego. Pero los gatos se escurren por entre la gente o saltan sobre sus cabezas y se precipitan en el fuego. Y cuando esto sucede, los egipcios se quedan muy apenados.”

Por último, y refiriéndose a la muerte de éstos animales, el historiador griego plasma en su libro que “cuando en una casa perece un gato de muerte natural, todos sus inquilinos se afeitan las cejas (...). Los gatos muertos se llevan a un lugar sagrado donde son embalsamados y luego se entierran en Bubastis – la ciudad consagrada a la diosa de los gatos – (...)".

Otro autor griego, Diodoro Sículo o de Sicilia, historiador del siglo I a. C (no sabemos con exactitud las fechas de su nacimiento ni de su muerte), en su obra Bibliotheca historica 1.41, 1.83 (libro 1, que trata de Egipto), narra el caso de un romano que, en el año 60 a.C (el mismo año en el cual Julio César formaba el primer Triunvirato junto con Pompeyo y con Licinio Craso), mató sin querer a un gato en la ciudad de Alejandría. Una multitud furiosa de egipcios linchó al pobre hombre, que no se salvó de la muerte. Ni siquiera le pudieron salvar los emisarios que envió el rey egipcio con el fin de mediar ante la exaltada turba.

Así pues, los gatos en Egipto fueron venerados y respetados desde mucho tiempo atrás y no sólo como mascotas, sino también como un miembro más de la familia, incluso con más valor que los propios humanos. Esto era así, porque un gato representaba la caza de los animales que se comían el trigo y, por tanto, la muerte de los recursos del país y, por ende, del propio país. No olvidemos, además, que, durante años, Egipto fue el granero de Roma, proveyendo de trigo a la capital del Imperio Romano y, por tanto, no es de extrañar que quisieran tanto a los gatos y que fuesen tan importantes en sus vidas.

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