jueves, 7 de abril de 2011

La boda de Darwon y Eza (II)

El monasterio

     El Monasterio de San Bartolomé de Lupana se fundó en el siglo XIV por la primera Casa Jerónima y mantuvo su actividad hasta 1836. Sus muros encierran los misterios de épocas pasadas, por su romántica apariencia. Los murmullos del claustro plateresco, realizado por el maestro Covarrubias, se desvanecen en torno al sutil palpitar del agua en las fuentes, que en su diseño compiten con la fachada original, que aún conserva el escudo del rey Felipe II, quien fuera su protector. La iglesia tiene reminiscencias de elaboradas imágenes policromas.

     Emblemático como conjunto arquitectónico, se yergue en la colina con bellas vistas por todos admiradas. En el año 1931 fue declarado Monumento Nacional y, actualmente, es una propiedad privada.

     O eso dice, al menos, en el folletito que nos dieron con el menú...


La ceremonia

     La ceremonia fue lo más bonito y emotivo que he visto nunca. He asistido a bastantes bodas y, sinceramente, todas me parecen iguales. Sin embargo, ésta tuvo algo de mágico: primero, un arpero tocando su magnífico instrumento, con canciones célticas. Tras un poco de espera, los novios entraron -agarrados de la mano- al patio en el que estábamos.

     Ese patio en concreto, tenía un altar al cual se baja por unos escalones y queda un rectángulo que parece una piscina. Allí habían puesto sillas para los familiares más allegados y, por supuesto, los demás permanecimos de pié. En el altar habían puesto velas, inciensos y varios tipos de hierbas aromáticas. En el suelo, cuatro velas delimitaban los cuatro puntos cardinales como una bella Rosa de los Vientos. Las velas fueron medidas al milímetro con brújulas y todo. Y todo decorado con flores, plantas aromáticas y velas.

     Tras entrar los novios, se sentaron en sitios separados: Eza a la izquierda, delante de todos, y Darwon a la derecha, también delante de todos. Los padres procedieron a la presentación de sus vástagos ante quien iba a oficiar la ceremonia. Tras eso, dos "druidas" hicieron la lectura de los mejores deseos y bendiciones para los novios. También se leyeron los emotivos votos que habían escrito ambos para la ocasión (momento en el cual a más de uno se le escaparon las lágrimas) y se fueron pasando velas para encender, que simbolizaban la luz de la nueva vida que comenzaban y que querían compartir con todos los presentes; tras eso, a la puesta de sol, con las velas encendidas, se dijeron el tradicional "sí quiero" entre los aplausos de los asistentes y la música del arpa tocando "Scarborough Fair", de Simon & Garfunkel (más lágrimas de varios asistentes; algunos y algunas se tiraron llorando toda la ceremonia, porque fue muy emotiva). Tras el sí quiero y la firma de los testigos, salieron del recinto y todos pasamos al patio principal a degustar una queimada.

     Y tras la queimada, una magnífica cena acompañada de una bonita velada de baile.
   

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