El monasterio
El Monasterio de San Bartolomé de Lupana se fundó en el siglo XIV por la primera Casa Jerónima y mantuvo su actividad hasta 1836. Sus muros encierran los misterios de épocas pasadas, por su romántica apariencia. Los murmullos del claustro plateresco, realizado por el maestro Covarrubias, se desvanecen en torno al sutil palpitar del agua en las fuentes, que en su diseño compiten con la fachada original, que aún conserva el escudo del rey Felipe II, quien fuera su protector. La iglesia tiene reminiscencias de elaboradas imágenes policromas.Emblemático como conjunto arquitectónico, se yergue en la colina con bellas vistas por todos admiradas. En el año 1931 fue declarado Monumento Nacional y, actualmente, es una propiedad privada.
O eso dice, al menos, en el folletito que nos dieron con el menú...
La ceremonia
La ceremonia fue lo más bonito y emotivo que he visto nunca. He asistido a bastantes bodas y, sinceramente, todas me parecen iguales. Sin embargo, ésta tuvo algo de mágico: primero, un arpero tocando su magnífico instrumento, con canciones célticas. Tras un poco de espera, los novios entraron -agarrados de la mano- al patio en el que estábamos.
Ese patio en concreto, tenía un altar al cual se baja por unos escalones y queda un rectángulo que parece una piscina. Allí habían puesto sillas para los familiares más allegados y, por supuesto, los demás permanecimos de pié. En el altar habían puesto velas, inciensos y varios tipos de hierbas aromáticas. En el suelo, cuatro velas delimitaban los cuatro puntos cardinales como una bella Rosa de los Vientos. Las velas fueron medidas al milímetro con brújulas y todo. Y todo decorado con flores, plantas aromáticas y velas.Y tras la queimada, una magnífica cena acompañada de una bonita velada de baile.
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