martes, 1 de septiembre de 2009

Los gatos en la antiguedad


En la antigüedad egipcia, el gato conoció su momento de gloria, ya que mataba las ratas, grandes devoradoras de cereales y ahuyentaba a las serpientes, muy numerosas a orillas del Nilo. Era admirado por su belleza y temido por sus cualidades “mágicas” que no eran otra cosa que la capacidad de sus pupilas para contraerse a la luz de la Luna y el Sol. Bastet, diosa de la fecundidad, era representada por una gata. Este animal era objeto de tal veneración que, cuando moría, toda la familia se afeitaba las cejas en señal de duelo; en caso de incendio, se salvaba primero al gato tutelar y , si moría entre las llamas, la familia superviviente se cubría de hollín y recorría las calles pregonando su culpabilidad. Matar un gato, incluso involuntariamente, era un delito castigado a menudo con la pena de muerte: el culpable era lapidado por el pueblo.


UN SEMIDIOS DESACRALIZADO EN EL MUNDO GRECORROMANO

Los gatos domésticos fueron exportados de manera fraudulenta desde Egipto por los mercaderes fenicios y se extendieron paulatinamente por todos los países mediterráneos.
Pese a que las leyes egipcias prohibían sacar del país los gatos sagrados, los marinos fenicios se los llevaban de contrabando. Los gatos se vendían igual que otros tesoros de Oriente y, en la antigüedad, se encontraban a lo largo de toda la costa mediterránea. Al parecer, los romanos fueron los primeros en introducirlos en Europa.
En Grecia, el recibimiento fue moderado porque la garduña – animal muy parecido a la marta, pero más corpulenta – ya ocupaba el puesto del gato y protegía las cosechas de los roedores: “¡Os lamentáis por un gato enfermo – dice el poeta griego Anezandrid a un egipcio – acabaría con él para quitarle el pellejo!”. El zócalo de una estatua, fechada en el año 80 a. C., muestra a unos jóvenes griegos azuzando a un perro contra un gato. La población helénica no lo adoró y se limitó a adoptarlo sin reconocer su talento depredador. Roma, en cambio, le otorgó el papel de compañero, cazador de ratas y encarnación de Bastet, la diosa. En el año 392, cuando el culto romano ya había fusionado la adoración a Bastet y a Diana, la prohibición de los ritos paganos decretada por el emperador cristiano Teodosio fue el punto de partida de una desconfianza súbita ante el gato que se mantendría durante siglos.
Grecia y Roma asimilaron el culto a Bastet en las figuras de Artemisa y Diana, dos diosas asociadas a Bastet. Sin embargo, la Iglesia desde sus principios consideró al gato como una criatura demoníaca, debido a su relación con los antiguos “cultos paganos”. A pesar de esto, durante la Alta Edad Media se tenía en mucha estima a este animal, por sus habilidades cazadoras, y así los campesinos e incluso los conventos y monasterios hacían uso de él para acabar con los roedores.

EL GATO EN ASIA


En China, el gato fue conocido a partir de la época de la dinastía Han, hace unos 3000 años, es decir, poco después de Egipto. Era un animal de compañía que solía reservarse a las mujeres, y a veces se le atribuyó el poder de atraer la mala suerte. Paradójicamente, también se le suponía la cualidad de alejar a los demonios gracias a sus ojos, que brillan en la noche. Según decían, Li – Show, divinidad silvestre, tenía incluso el aspecto de este felino. En el siglo VI d. C., el gato llegó a Japón, pero no se introdujo realmente en ese país hasta el año 999, a raíz del decimotercer aniversario del emperador Ichijo. A veces benéfico y cómplice, con su pelaje de concha de tortuga, a veces maléfico, con su cola bifurcada, el gato tuvo tanto éxito en Japón que una ley del siglo XVIII prohibió encerrar los ejemplares adultos y comerciar con ellos. Al igual que en Egipto, también fue venerado en la India, donde Sasti, diosa de la fecundidad, tomó apariencia de una gata. Quizá se trataba de la versión hindú de la egipcia Bastet.

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