miércoles, 2 de septiembre de 2009

Los gatos en la antiguedad (III): el medievo


LA EUROPA MEDIEVAL “DEMONIZA” AL GATO

La Europa de la Baja Edad Media no fue hostil hacia el gato, que, por sus dotes de cazador, se ganaba la simpatía de los campesinos. Se servían de él para combatir roedores de todo tipo, desafiando el juicio de la iglesia – que consideraba al animal como un ser demoníaco -, en conventos y monasterios; incluso más de un santo medieval apreciaba su amistad. Por desgracia, el rebrote de los cultos paganos tras la peste negra y sus estragos (25 millones de muertos en 20 años), hacia mediados del siglo XIV, firmo la sentencia del pequeño felino, asociado a partir de entonces con los ritos “infernales”. La Inquisición, con el Papa Inocencio VIII y su edicto del año 1484, toleró el sacrificio de los gatos con ocasión de las fiestas populares. Ése fue el principio de un largo período de persecución.

QUEMADO CON LAS BRUJAS

A diferencia de perros, vacas, cerdos etc.. que eran juzgados por el tribunal, los gatos eran condenados ala vez que su dueño, brujo o bruja, y quemados vivos en la plaza pública, para gran regocijo de los mirones. Hubo que esperar al siglo XVII para que se terminasen esos malos tratos.

un hecho crucial en la historia de la humanidad acabó de un plumazo con la “buena estrella” del felino. En el siglo XIV se produjo un gran desastre en la sociedad europea que aniquiló buena parte de su población. El azote de la “Peste Negra” tuvo como consecuencia la desaparición de una tercera parte de la población europea (25 millones de muertos en un período de 20 años), especialmente el brote del año 1348. Junto a este cataclismo social aparecieron de nuevo los cultos paganos y esa gran lacra que fue la superstición.
Esta enfermedad social, que consigue transformar cualquier realidad en brujería, fue la causa inicial de la larga persecución de los gatos, especialmente los negros. Sin duda influyeron las características principales del gato, como su carácter misterioso, su mirada intensa y penetrante y su gusto por la vida nocturna. Así se explica que alguien que viera una mirada fosforescente en la oscuridad pudiera creer que estaba en presencia de una potencia diabólica, como por ejemplo una bruja que hubiera adoptado la forma de un animal.

El mundo pareció venirse abajo en aquella época, en la que las guerras, el cambio de clima, las epidemias y los graves problemas políticos diezmaron a la población, sumergiéndola en terribles hambrunas y provocando su ruina. Esta situación allanó el camino para las ideas supersticiosas, pues a alguien había que culpar de todas las desgracias que ocurrían, y el gato fue el sujeto ideal para ello, por su estrecha relación con las religiones paganas de la antigüedad.

Pero no fue el gato la única víctima de la superstición. Otros animales como los perros, sapos, búhos, ratones, murciélagos o comadrejas también sufrieron las consecuencias de estas ideas supersticiosas, y fueron perseguidos y condenados a ser ahorcados o quemados junto con las brujas que los habían inspirado (además de otras colectividades, como los judíos).

La Inquisición alentó esta “caza de brujas”, y de esta manera el papa Inocencio VIII y su bula de 1484, consiguieron establecer como habituales los sacrificios de gatos durante las fiestas populares. Acusado de ser ayudante del Diablo, el gato fue designado como el responsable de las calamidades que se cernían sobre la humanidad, y se convirtió en el chivo expiatorio de la cristiandad. En esa época, el pueblo se divertía con las hogueras para gatos, y cada región tenía sus propios rituales. Eran muy normales las quemas de gatos vivos durante las noches de San Juan. En algunos sitios se encendía una hoguera circular, dejando a los gatos dentro del círculo, y justo en el centro tenían un árbol como único refugio. Cuando las llamas se acercaban, ellos trepaban en masa sobre el árbol, para volver a caer inmediatamente en la pira. Muy refinados que eran en esa época.

En Metz (Francia), los habitantes fueron víctimas de una enfermedad epidémica en 1344, y naturalmente se culpó de ello a los gatos, como representantes de Lucifer. El gobernador ordenó levantar una hoguera y arrojar a ella 13 gatos. Este espectáculo se repitió todos los años hasta 1777, cuando la esposa del gobernador consiguió que se suprimiera “tan bárbara costumbre”.

Otra fiesta parecida se celebraba en Ypres (Bélgica), donde se tenía la costumbre de arrojar gatos desde lo alto de un campanario. La costumbre existe todavía, pero ya sólo se arrojan gatos de peluche, y parece que los participantes se los disputan, pues ahora se considera buena suerte capturar uno de estos gatos.
La cuestión es que en un momento tan delicado como el de la epidemia de Peste Negra, casi se acaba con la población de gatos en Europa, cuando en realidad éste era el mejor método para luchar contra la plaga, provocada por las ratas. Y todo ello debido a la intransigencia y el desconocimiento tan característicos de los humanos. Pero poco a poco, el gato fue recuperándose, y así, su eterno enemigo, el ratón, se convirtió en su salvador, al volver a su tarea en los graneros. Sin embargo, muchas de aquellas ideas supersticiosas sobre los gatos aún perduran entre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario